sábado, 18 de octubre de 2025

Depresión alimentaria

 

Hoy comparto con ustedes un texto de mi vecino Jorge Martínez, un observador sensible de la vida cotidiana. Sus palabras invitan a detenernos y mirar el mundo con otros ojos.

Los dejo con su escrito: Depresion Alimentaria.

Desde los albores de la civilización, el ser humano ha intentado dominar su entorno… y también sus emociones. Nos enseñaron a resistir, a mostrar fortaleza incluso en medio del dolor. Las penas eran íntimas, nunca públicas. Y, paradójicamente, mientras la emoción se reprimía, la alimentación era libertad. Comíamos sin etiquetas, sin miedo, sin contar calorías. Comíamos para vivir… y también para disfrutar la vida.

Hoy, siglos después, el cuerpo humano apenas ha cambiado, pero nuestra relación con la comida sí. En medio del ruido de las redes, las dietas de moda y el culto a la imagen, algo profundo se ha alterado. Hemos convertido el acto más cotidiano y sagrado comer en una fuente de ansiedad. En esa transformación silenciosa ha nacido una nueva forma de tristeza: la depresión alimentaria.

Antes, comer era un ritual profundamente humano. Era la reunión alrededor del fuego, la celebración tras la cosecha, la mesa compartida. Hoy, en cambio, se ha vuelto un acto vigilado y medido. Cada bocado parece llevar el peso de un juicio invisible: “demasiada grasa”, “poca proteína”, “eso no es fit”, “eso no es saludable”. Mientras nos obsesionamos con los nutrientes, olvidamos el alma de la comida. Las nuevas generaciones crecen entre dos extremos: el vacío de los ultraprocesados y la tiranía estética de las dietas modernas. Entre el exceso y la restricción, entre la gula y la culpa, el placer de alimentarse se diluye. Comer ya no es descubrir sabores, sino cumplir reglas. Ya no es una pausa para compartir, sino una prueba que muchos sienten que pueden fallar.

Charles Darwin observó que todos los seres vivos luchan por sobrevivir, pero también buscan placer y evitan el dolor. La supervivencia sin placer no es plenitud; es apenas existencia. Hoy, en nombre de la salud y la disciplina, hemos reducido la alimentación a su función más básica: sobrevivir. Contamos calorías, alcanzamos macros, seguimos planes. Comer ya no es un acto emocional ni social, sino una necesidad biológica vaciada de gozo. Y en ese vacío crece algo más profundo: la desconexión con uno mismo.

Los jóvenes, sobre todo, están aprendiendo a comer sin sentir, a medir sin disfrutar, a alimentarse sin celebrarse. Se han vuelto expertos en sobrevivir, pero novatos en saborear la vida. Y cuando el placer se extingue, la mente lo resiente. No hablamos solo de hábitos; hablamos de una mutación emocional y cultural en la forma en que nos relacionamos con la comida. Lo que antes fue símbolo de comunidad y celebración, hoy se ha convertido en un campo de batalla. En esa guerra, la salud mental paga el precio.

Cada dieta impuesta sin sentido, cada alimento “prohibido” que genera culpa, cada comida solitaria frente a una pantalla, va erosionando algo esencial: la conexión. Lo que antes nutría el cuerpo y el espíritu, hoy muchas veces solo llena el estómago y vacía el ánimo. No se trata de negar la importancia de la nutrición o del autocuidado. Se trata de recordar que comer no es solo un acto fisiológico: es un lenguaje ancestral que hablaba de comunidad, de gozo y de identidad.

A los profesionales de la salud que leen estas líneas, les hablo no desde la teoría, sino desde la preocupación por una época que confunde control con bienestar. Sí, necesitamos educación nutricional y hábitos responsables. Pero también debemos proteger la dimensión emocional y social de la alimentación. Porque cuando comer se vuelve una tarea funcional y no un acto humano, perdemos más que vitaminas: perdemos el placer de existir.

La salud no es solo la ausencia de enfermedad; es también la presencia de placer, de equilibrio, de esa alegría silenciosa que se encuentra en las pequeñas cosas. Y comer, si se hace con conciencia, gratitud y libertad, siempre ha sido una de ellas.

              Este texto fue escrito por Jorge Martínez, colaborador invitado de este blog

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