Hablar de VIH sigue siendo,
incluso hoy, un ejercicio profundamente necesario. Aunque el virus fue
identificado hace más de cuatro décadas, aún persisten mitos, temores y
estigmas que afectan la vida de millones de personas en el mundo. La ciencia ha
avanzado de manera contundente, y los tratamientos disponibles permiten que una
persona con VIH tenga una esperanza de vida prácticamente igual a la de alguien
que no vive con el virus. Sin embargo, estos logros biomédicos no siempre se
traducen en bienestar real si no van acompañados de una comprensión social más
amplia y respetuosa.
El VIH no es solo una condición
de salud: es un espejo de nuestras inequidades, de nuestra capacidad o
incapacidad social para cuidar y acompañar. Por eso, hablar del tema no puede
reducirse a cifras o diagnósticos; implica comprender el contexto, desmontar
prejuicios y promover una cultura de prevención basada en derechos humanos.
Uno de los avances más
significativos en salud pública es el principio Indetectable =
Intransmisible (I=I). Esto significa que una persona que vive con VIH y
mantiene una carga viral indetectable gracias al tratamiento no transmite el
virus por vía sexual. Este hallazgo, ampliamente respaldado por evidencia
científica, ha transformado el panorama de la vida afectiva, sexual y familiar
de miles de personas. También derriba uno de los temores más arraigados: la
idea de que el VIH es, inevitablemente, una amenaza constante para los demás.
Sin embargo, aunque la ciencia lo afirma, la sociedad todavía tarda en aceptarlo.
La prevención juega un papel
fundamental. Hoy en día existen herramientas altamente efectivas: el uso
adecuado del condón, la Profilaxis Post Exposición (PEP) para
emergencias, y la Profilaxis Pre-Exposición (PrEP) para personas con
mayor riesgo. Cuando estas estrategias se combinan con educación,
acompañamiento y accesibilidad, los resultados en salud pública son
contundentes. No obstante, en muchos territorios especialmente en poblaciones
jóvenes, migrantes, comunidades LGBTIQ+ y personas en condiciones de
vulnerabilidad persisten barreras que dificultan acceder a estas opciones. La
falta de información confiable, el miedo al señalamiento y la desconfianza
hacia los servicios de salud todavía frenan la búsqueda de atención.
En este camino de acompañar,
educar y derribar barreras, es fundamental destacar el papel de líderes
comunitarios como Jorge Andrés Ortega, invitado especial en el programa En
Sintonía con tu Salud. Como Coordinador de Red Somos Barranquilla y
Licenciado en Educación, Jorge Andrés ha dedicado su trabajo a acercar la salud
sexual y reproductiva a poblaciones que históricamente han enfrentado
exclusión: jóvenes, migrantes y personas de la comunidad LGBTIQ+. Sus aportes desde
la entrega de kits de prevención y la realización de pruebas rápidas, hasta el
acompañamiento a personas sin afiliación al sistema de salud reflejan un
enfoque profundamente humano y transformador. Su labor demuestra que la
respuesta al VIH no solo se construye desde los consultorios, sino desde la
cercanía, la escucha y la confianza comunitaria.
La prueba de VIH se convierte,
entonces, en un acto de autocuidado. Hacerse la prueba es un gesto sencillo,
rápido, confidencial y, en muchos lugares, gratuito. Pero también es un acto de
responsabilidad y amor propio. Conocer el diagnóstico a tiempo cambia por
completo el pronóstico de la enfermedad. Además, permite iniciar tratamiento
temprano, evitar complicaciones y, en caso de resultar negativo, conversar con
un profesional de salud sobre las alternativas de prevención disponibles.
El reto más grande, sin embargo,
no está únicamente en las herramientas clínicas, sino en las actitudes
sociales. Persisten mitos profundamente dañinos: que el VIH está “asociado”
solo a ciertos grupos, que es un castigo, que la persona diagnosticada debe ser
rechazada o aislada. Estas narrativas desinformadas generan silencio, miedo y
discriminación, lo que retrasa la detección y el acceso al tratamiento.
Hablar abiertamente del VIH es
también defender la dignidad humana. Significa reconocer que todas las personas
merecen respeto, acompañamiento y oportunidades para vivir plenamente.
Reconocer que la salud no es solo ausencia de enfermedad, sino también
bienestar emocional, inclusión y acceso a servicios confiables.
El VIH ya no es lo que era en los
años ochenta: hoy tiene tratamiento efectivo, estrategias de prevención
poderosas y evidencia sólida que permite vivir con plenitud. Pero la
transformación verdadera depende de todos: de quienes informan, de quienes
acompañan y, sobre todo, de quienes deciden romper el silencio.
Y si quieres profundizar más en estas reflexiones, en las experiencias en territorio y en la voz de quienes trabajan directamente con las comunidades, te invito a escuchar el programa completo en YouTube. Es una conversación que ilumina, sensibiliza y nos recuerda por qué hablar de VIH es también hablar de humanidad.
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